Nunca he sido muy carnavalero. Mis padres no son muy del gusto de las grandes aglomeraciones ni de los carnavales así que, salvo algún año excepcional, empecé a disfrazarme allá por los años universitarios aunque de manera esporádica porque, entre la falta de costumbre y la sensación de ser el centro de atención (lógicamente si vas disfrazado), no me sentía demasiado a gusto. Raro que es uno, qué les voy a contar que no sepan. Hasta que ya empecé a salir de marcha por el ambiente y los amigos te van empujando año tras año quieras o no, y te disfrazas aunque siempre de manera discreta, para llamar la atención ya tengo un par de amigos.
Algo así pasó este año. J. se vino para Gran Canaria hace casi dos semanas para unos días; tanto él como yo estábamos dudando si disfrazarnos o no cuando ese mismo viernes vinieron dos amigos suyos de Tenerife para pasar el fin de semana. Quedamos el sábado para vernos, tomar algo y a lo tonto a lo tonto acabamos en un chino comprando, por cuatro perras, un kimono y todos los aderezos para un disfraz de conjunto de chinas. Cuatro chinas con barba. Con pelos en el pecho, en las piernas, en los brazos. Ni el yeti, oigan. Y allá que nos fuimos a la zona de los chiringays que este año la situaron prácticamente al lado de mi casa. Cinco minutos caminando, nada más. Así que no había excusas. Por supuesto, a pesar del poco recorrido, cogimos frío a la ida y a la vuelta y nos acatarramos así que el lunes ni por asomo se nos ocurrió salir de marcha. Ni el cuerpo ni las ganas.
Pero J. se llevó los disfraces para Tenerife el miércoles y yo me embarqué para allá desde el jueves, como estaba previsto. El sábado celebraban en Coruscant el Carnaval de día, desde las doce del mediodía hasta que el cuerpo aguante. Nosotros llegamos a la casa de la prima de J. sobre las nueve y media, en pleno apogeo y en pleno centro del meollo, salimos a las doce y pico ya disfrazados y nos acabamos retirando sobre las cinco de la mañana. Sólo puedo decir que aún estoy recuperándome porque, entre que no paramos la pata y que algo nos sentó mal (y no, no fue la bebida malpensados porque no bebí alcohol), estuvimos el domingo para el arrastre. Y uno que se venía en barco.
Por supuesto no pienso poner fotos. Quien quiera verlas que se de una vuelta por el facebook que ya puse algunas y J. me etiquetó en otras, así que más sencillo imposible. Eso sí, aún a riesgo de que me apedreen por la calle en el caso de que me reconozcan sólo diré que me gustó más el carnaval chicharrero: todo el mundo iba disfrazado y todo el sarao se hizo en plena calle. No como aquí que este año ha sido un ascazo. Por culpa de un Ayuntamiento incapaz de negociar con los vecinos y una sentencia infumable. En fin.
Y el próximo fin de semana es el grande del carnaval de Maspalomas. Ni por asomo vamos a ir, ni disfrazados ni de marcha.
Y el próximo fin de semana es el grande del carnaval de Maspalomas. Ni por asomo vamos a ir, ni disfrazados ni de marcha.
2 comentarios:
No te creo ni una sílaba. No te lo vas a perder...
Eleuterio, te aseguro que así será. Hemos acabado como los zombis de Walking Dead, tenías que habernos visto el domingo.
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