Mi despacho está en lo que llamo un callejón sin salida; salvo que expresamente venga a verme a mí o pase la informática a mirar algo de los servidores (cuyo cuarto está casi enfrente del mío), prácticamente nadie pasa por delante de mi puerta. Así que, cuando a media mañana, oigo el chirrido de unas rueditas y un carro que se aproxima se que ha llegado el día. En ocasiones puedo escapar de todo el trajín porque no soy el único al que se dedica en exclusiva, o simplemente no la dejo que haga más que cambiar la papelera, pero en otras no hay remedio. Y hoy es el día, el carrito lo confirma. Se planta delante de mi puerta y saca toda su parafernalia. No hace falta que diga nada, en lo que va metiendo todo cojo el desayuno y le cedo mi despacho temporalmente como su nuevo dominio. Desaparezco un buen rato y, a la vuelta, aún me la encuentro afanada, levantando papeles de la mesa y pasando el trapo debajo. Eso significa que ya ha pasado por las puertas de los armarios, el suelo, el ordenador y todo lo demás. Así que me espero pacientemente a que termine su tarea.
Y es que Carmen se lo curra, limpia conciezudamente todo, por arriba, por abajo, del derecho y del revés. Pero ese afán laboral significa irme un buen rato porque no puedo estar trabajando mientras ella limpia. Por tanto, me voy a desayunar, o me dedico a hacer alguna tarea en el depósito...
2 comentarios:
Digan lo que digan, el trabajo bien hecho (tanto ajeno como propio) es una fuente de placer. Y hay que reconocerlo; tu entrada, tan cotidiana, me ha emocionado un poco :-)
Sufur, como decía Yoda, hazlo o no lo hagas pero no lo intentes. Y se lo curra porque además es una persona que podría ser mi madre ;)
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