Hace mucho, mucho tiempo en una galaxia no tan lejana, este su seguro servidor llegó a la esplendorosa categoría de ser becario. Y no una, sino dos veces. Vamos, que encima fui reincidente para mayor escarnio público.
La primera fue en plenos años noventa del siglo pasado, que lejos parece todo. Cuando la crisis anterior a esta (sí, hubo un tiempo de bonanza económica y otra crisis anterior a la eterna en que vivimos actualmente), decidí plantearme hacer el doctorado como una vía de estar ocupado una temporada. Pero, cierto día presenté los papeles y me concedieron una beca, por lo que me lancé al embolado con todos los papeles, nunca mejor dicho. Lo peor es que coincidió en el tiempo con la Lewinsky así que cada vez que mencionaba que era becario de la universidad la gente se echaba una sonrisilla que deseabas borrar de una cachetada con la mano abierta mientras te acordabas de toda la familia de la Mónica, del Bill y del sexo oral, que no es sexo sino otra cosa. Ya.
Fundido en negro. Pasaron unos años, y como no fui un lameculos ni me lo supe montar bien, pues tuve que buscarme la vida en otros lares. Cuatro años después entré de becario en la biblioteca universitaria. Tiempos felices a pesar de la situación laboral: aprendí un montón de cosas de informática, buenos compañeros algunos de los cuales son amigos ahora, muchas risas, mucho trabajo también y me sirvió para coger experiencia en el mundo de las bibliotecas y archivos haciendo cursos a porrillo. Dos años y pico largos hasta que me cansé y me fui, a tiempo diría yo, ya que un par de años después cancelaron las becas.
Todo esto viene porque el pasado 31 de diciembre finalizaba el plazo que la SS, la nueva Gestapo, concedía a los que habían disfrutado de una beca de formación para realizar un convenio con ella y, a cambio de pagar tú las cotizaciones, te contabilizaba para la jubilación. Ja. Eso si llegamos, en primer lugar, y si todavía habrá pensiones para entonces, en segundo lugar. El trato era fácil: podías presentar hasta dos años de beca, ellos te informaban de cuánto tenías que pagar y podías abonarlo bien de una tacada, juasjuas, o bien en cómodos plazos mensuales que, como máximo, serían el doble del período que quisieses cotizar. La suerte que he tenido, entre comillas, es que presenté las dos becas que tuve y me quedé con la primera, ya que cuanto más antiguo fuese el período menos debía pagar. Y allí, en pleno Averno, rodeado de humo, llamas y seres infernales firmé con mi sangre el contrato que me ata para los próximos cuatro años con la SS pagando cincuenta y un euros al mes. Que largos se me van a hacer...
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