Hoy toca una entrada muy en plan confesiones, de contar esas cosas que te dan un poco de vergüenza aunque en el fondo, muy en el fondo, las disfrutas. Y es que me estoy convirtiendo en un binguero señores, sí, como Andrés Pajares y Fernando Esteso.
Bueno, vayamos por partes que es un poco largo. Aunque echo una primitiva a la semana, por aquello de tentar la suerte y retirarnos de esta puñetera maravillosa vida laboral, y rellenar un par de quinielas o euromillones al año, la verdad es que no suelo implicarme demasiado en los llamados "juegos de azar", básicamente porque me gusta ganar y en esto si algo tienes que tener claro es que ganar ganarás poco. Salvo que algún día la diosa Fortuna se acuerde de ti y te sople un poco a su favor lo cual, teniendo en cuenta que no creo en eso, pues lo tengo bastante mal.
Hasta hace un par de meses sólo había entrado una vez a un bingo y fue cuando aún había pesetas y tenía el pelo casi negro. Que tiempos aquellos. Fuimos unos colegas a buscar a otro que trabajaba en uno y en la espera pues decidimos entrar y gastarnos mil pesetillas que como entraron se fueron. Nos echamos unas risas, nos pusimos a tachar números y hasta la vista. Pero un día, a comienzos de año, estando en mi segunda casa de paseo por esos sures pasamos por delante de uno y le conté la anécdota a J. Nos miramos y dijimos "¿por que no? ponemos diez eurillos y a ver si hay suerte". No la hubo claro y ahí quedó la cosa. Hace un par de semanas estábamos con una amiga suya y pasamos delante del mismo bingo y nos picó el gusanillo pero, tras asesorarnos sobre el más conveniente, fuimos a uno que se halla cerca de Coruscant. Y la amiga de J. cantó un bingo que nos repartimos a partes iguales, que para eso ponemos cada uno la misma cantidad. Este fin de semana pasado hemos vuelto a ir. Al mismo bingo. Y fue J. quien cantó un bingo, aunque esta vez lo tuvimos que compartir porque alguien más (¡¡mardito/a!!) cantó también. Lo divertido es que J. se pone atacado y cuando le queda un número o dos le empieza a subir la tensión.
Pero lo mejor de ir a un bingo, aparte de cantar uno y llevarte las perras a casa, es observar la fauna. Es impresionante. No se a qué tardan los antropólogos a realizar un estudio en profundidad porque daría para varias tesis. Señoras mayores con una edad que dejan a Sarita Montiel como una auténtica jovenzuela pero con fuerzas para gritar ¡¡bingo!! Señores que se llevan a la familia y te encuentras al padre, la esposa, el hijo/a con la novia o el novio llenando una mesa ellos solitos. Señores que se ponen a comer mientras juegan (esto es el colmo del equilibrio de atención, jugar, comer, oir...) y oyes los cubiertos contra los platos mientras una voz insulsa va cantando: el setenta y tres, el veinticuatro, noventa, cincuenta y siete... Señores que se mudan a otra mesa porque piensan que todos los bingos se están cantando por una zona concreta que no es la suya, o que le das mal fario. Matrimonios mayores que se van al bingo no porque ellos no jueguen no, sino porque su nieto de catorce años les fomenta que vayan (ya se pueden imaginar para qué querrá quedarse un adolescente hormonado solo en casa). Señores que te miran con una sonrisa Tita Cervera mientras sus ojos delatan la ira que los corroe porque cantan un bingo a la segunda ronda de llegar mientras ellos llevan vete a saber cuánto tiempo. Amas de casa que te confiesan que sus maridos la están esperando a ver cuánto se han gastado y se ríen con esa risilla nerviosa de "jijiji, me estoy gastando la paga semanal y mañana comeremos potaje de berros". Eso por no hablar de la sensación que uno tiene, al menos yo, de entrar en la sala y sentir que todo, sí TODO, el mundo te observa y te ve como la próxima víctima propiciatoria a quien esquilmar. Menos mal que tenemos las cosas claras ¿no?
2 comentarios:
Mi tía (fallecida en 2012) conoció a su difunto marido en un bingo. Ella era la más joven y tenía 65 años... así que piensa en la imagen que tengo de los bingos.
Rickisimus, pues hay de todo, excepto menores claro. Aunque la edad media es algo elevada había bastantes treintañeros e incluso algunos veinteañeros.
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