Siempre me he considerado una persona bastante realista, poco dada a fantasear al estilo "cuento de la lechera" y a divagar sobre lo que podría ser, lo que podría haber sido y demás. Vamos, de los que suelen decir que tienen los pies sobre la tierra. Eso no quita para que, siguiendo mi optimismo cotidiano, invierta unos eurillos en los juegos de azar como la Primitiva, la Bonoloto o el Euromillones con la esperanza (vana, ya lo se) de que toquen unos milloncejos cualquier día de estos.
Pero muy muy muy de vez en cuando me dejo llevar por la fantasía, sobre todo cuando quiero dejarme caer en los brazos de Morfeo por la noche. Entonces pienso qué haría si me tocase un porrón de millones en la lotería y ahí empiezo a divagar y soñar hasta el punto que me quedo dormido sin darme cuenta. Y es que ya tengo las cosas perfectamente claras si eso sucediese: empezaría a repartir a todos los que están a mi alrededor. A mis hermanas para que no tuviesen que volver a trabajar en la vida, a mis padres para que disfruten de la vida y viajen/hagan lo que les de la gana, a los colegas para que salden la hipoteca, a los amigos con apuros para que se desahoguen una muy larga temporada y luego repartiría unos cuantos milloncejos por ahí, en algunas ONG que se que hacen mucho en los tiempos que estamos.
Aunque en el fondo el realismo vuelve a apoderarse de mí y reconozco que sería muy feliz con que me tocase un pellizco con el que tapar un par de agujeros y disfrutar de un viajecito con mi chico. Y si me sirviese para quitarme la losa de la hipoteca estaría genial. Porque ya sabemos que soñar es gratis...
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