Hoy es 14 de julio, día nacional de Francia. Este año además coincide con el 225 aniversario del asalto a la Bastilla el cual, casi sin quererlo ni planearlo, dio comienzo a una revolución que sacudiría los cimientos de Europa. Y no es una exageración ya que de ahí derivaría todo lo que acontecería después, para bien o para mal: el final del Antiguo Régimen, el Imperio napoleónico, la expansión de las ideas revolucionarias, la búsqueda de la democracia, las constituciones, los partidos políticos, etc etc.
A los historiadores nos encanta una efemérides, no por el hecho en sí de conmemorarlo sino como vía de reivindicación de ese acontecimiento que, con el paso del tiempo, puede haber quedado en el olvido o desvirtuado por sucesos posteriores. Para muchos la Revolución Francesa es sinónimo de guillotinas, ejecuciones y violencia pero esa fue una pequeña parte de los diez años que se vivieron entre el comienzo de la revolución y la llegada al poder de Napoleón. La Declaración de los Derechos del Hombre, las Constituciones, las ideas liberales (las auténticas, no las que gustan tanto en el PP y, sobre todo, a Esperanza Aguirre) de libertad e igualdad entre los hombres son conceptos que aún hoy tienen vigencia real.
Podría hablar mucho y muy largamente sobre la Revolución Francesa pero tampoco creo que sea necesario. Curiosamente este aniversario coincide con el centenario del comienzo de la I Guerra Mundial, que supuso el fin de otro período que se puede decir que comenzó justo con la toma de la Bastilla.
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