Hoy nos hemos despertado con una mala noticia: el compositor James Horner ha muerto en un accidente de aviación.
Horner se hizo tremendamente popular, refiriéndome por este término a ser conocido más allá del reducido ámbito de los fans de las bandas sonoras, allá por 1997 cuando ganó el Oscar a Mejor Banda Sonora por Titanic, al que se añadió el de Mejor Canción. Una espinita que se le había clavado desde que dos años antes fuese doblemente nominado por Braveheart y Apolo 13 y se lo arrebatase un cuasi desconocido Luis Bacalov por El cartero (y Pablo Neruda). Digamos que se obsesionó un poco con el tema y siempre se le reprochó que la composición que hizo para Titanic, a pesar de ser la banda sonora más vendida en la historia, era bastante convencional.
A Horner siempre se le ha reprochado mucho su capacidad de autoplagio, de reciclarse a sí mismo, de usar y abusar hasta la extenuación su famoso parabará. Pero en honor de la justicia hay que señalar que ha sido uno de los compositores más destacados de las últimas tres décadas. Es verdad que en los últimos años estaba un poco de capa caída; salvo el score que compuso para The Amazing Spider-Man de 2012 su último gran trabajo fue Avatar allá por 2009 y que le valió su última nominación al Oscar. Y seis años sin grandes trabajos, o al menos relevantes, es mucho en un mundo musical donde hay que ser constante; y si no que se lo pregunten a John Williams. Tal vez sea cierto lo que se comenta en las noticias y que había cogido la avioneta en busca de las musas y la inspiración.
Sinceramente, me quedo con el James Horner de los primeros años. El compositor de nuevas ideas, fresco, rotundo en las escenas de acción e intimista; el Horner de Star Trek II: La ira de Khan y Star Trek III: En busca de Spock, Krull, Aliens, Cocoon, Fievel y el nuevo mundo, Willow, Glory, Rocketeer... Luego se puso serio y, aunque creció en popularidad, también se puso como más intenso y, quizás, dejó de divertirse. Pero aunque ya no esté con nosotros sí que lo seguirá estando su música. Ella nos acompañará siempre. Adios, Mr. Horner.