Hará como un mes, en uno de los blogs de referencia del que escribe por aquí, salió el tema del mar, de la playa, de las ventajas e inconvenientes y de si nos gusta o no. Esa es una de las preguntas clave que siempre te hacen algunos, cuando quieren conocer a alguien, porque hay gente que es muy muy de secano y otros que son playeros al 100%. Y yo, en mi tónica habitual, me pongo la piel gallega y contestaré que depende. En invierno prefiero campo, pasar un poco de frío (que sí, que por aquí también hace fresquete por mucho que suene extraño), ir de asadero o ponerte como un cochino antes de San Martin yendo de picnics varios. Pero en verano, no hay color. La elección es obvia: playa, playa y más playa.
Esto no quita para que uno sea un poco flexible (mentalmente cochinos) y se amolde un poco a las circunstancias. He ido tranquilamente a la playa en febrero e incluso en plenas navidades pero reconozco que no es lo mío, sobre todo porque me gusta bañarme y en esos meses el agua tiene la temperatura ideal para emular a Walt Disney y conservarte lozano y fresco para siempre. O acabar como la Kate Winslet soplando un silbato para que te rescaten justo antes de que el carámbano que te sale de la nariz te arrastre al fondo del mar. Por lo general, la temporada de baño la inauguro en Semana Santa y acaba allá por octubre, aunque como se imaginan tiende a concentrarse en los meses de julio, agosto y septiembre por aquello del buen tiempo, los calores, etc.
Eso sí. Huímos de las aglomeraciones familiares e infantiles y nos vamos a parajes más tranquilos pese a que haya que caminar un poco. O un mucho. Nos da igual, en esa cuestión es preferible trasladarte un poco y gozar de intimidad o calma. Tenemos nuestros rincones favoritos, las playas que nos gustan y cuándo ir a una u otra dependiendo de las circunstancias y el día. Me encanta el mar, ya sea cuando esté tranquilo en plena marea baja como cuando hay olas y casi no puedes salir a tierra. Disfrutar del último baño, a ser posible sin bañador, cuando el sol está cayendo y dando los últimos estertores es algo fantástico. Que sí, que la arena puede ser un coñazo porque se te mete por rincones que jamás habrías pensado tener. Pero también hay que reconocer que echarte una siesta bajo la sombrilla, tumbarte en la arena tibia por la tarde y atiborrarte de vitamina D son pequeños placeres que disfruto muy mucho.
Por lo tanto, ya pueden imaginarse el planning que me espera las dos semanas que me voy de vacaciones a Lanzarote. Un tour por toda la costa, disfrutando de todas sus playas y encima de la mano de J., que se las conoce como la palma de su mano. Creo que no me quedarán ganas de playa hasta el año que viene. O no.
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