Como habrán podido observar, la tranquilidad ha caído sobre mi vida. No se si es la calma que precede a la ciclogénesis explosiva o es que ya estoy en modo rutina absoluta pero lo cierto es que mi vida se ha vuelto más anodina y rutinaria si cabe. Y como dirían los ingleses "No news good news".
La buena noticia de todo es que desde hace un par de semanas mi chico pasa más tiempo conmigo. Ha conseguido cambiar de aires y de servicio de manera que ahora su trabajo estará entre las dos islas, a disposición de la superioridad y a demanda del trabajo. Él está contento porque, por fin, está haciendo algo que le encanta y para lo cual se ha formado, aparte de que cada día hay algo nuevo, una salida, una visita o permanecer en la oficina. Y yo lo estoy aún más porque, además del fin de semana, lo tengo en casa dos o tres días entre semana.
Luego están mis rutinas varias, dominadas sobre todo por el aula de idiomas y mi inglés, que ahí va, a trancas y barrancas y no precisamente como las hormigas del Pablo Motos. En general, y teniendo en cuenta el tiempo que le estoy dedicando no me puedo quejar; podría ir mucho mejor pero al menos continúo y no lo he dejado en balde. Sin embargo, ya puedo prever que tendré que apretar un poco las tuercas cara a los dos últimos meses que quedan y forzar un poco la máquina estudiantil.
Y, por último, mis rutinas más básicas: comer, dormir, limpiar, ver alguna de mis series y alguna que otra película que aún tengo una cola interminable de pendientes. Por fin, después de dos semanas del perreo más absoluto, he vuelto al gimnasio y me he propuesto serle absolutamente fiel porque tengo el tonelaje absolutamente descontrolado y presiento que este año tendré que comprarme un traje de baño enterizo, muy al estilo de las doñas. Para cuando unas pastillas que quemen toda la grasa sin necesidad de sudar como un cochinillo segoviano...
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