El domingo por la noche mi pareja y yo nos enteramos de que había fallecido una chica que conocíamos. Fue un palo por muchas razones. La noticia nos llegó por medio de una amiga que vive en la península; encima el entierro había sido el mismo domingo al mediodía; y tuvimos que llamar a una buena amiga para darle la mala noticia. Además, había muerto en su casa y allí se la encontraron como un día después. Yo la conocí por medio de mi pareja y vale que no teníamos una relación especialmente estrecha pero nos veíamos cuatro o cinco veces al año, cuando quedábamos el grupillo de los colegas y lo pasábamos bien, o nos veíamos más sobre todo porque ella también era remisa a salir a tomar algo.
Y cuando te suceden estas cosas, así, repentinas, pues la cabeza empieza a trabajar por sí sola. Ayer me encontré cavilando un par de veces sobre la muerte, de la gente que ya no está contigo (físicamente) y esas cosillas. Sé que no es un plato de gusto pero hoy es lo que hay. Yo no sé si llegaré a viejo, como se suele decir, ni siquiera me lo planteo porque muchas veces tengo la sensación, el pálpito, que ni de coña. Pero eso no es una cosa que me preocupe o me dé miedo; lo que sí me da miedo es irme sufriendo, en agonía. A mí que me seden, o que suceda mientra duermo y no enterarme como hicieron casi todos mis abuelos. Cuando pienso en ellos, a veces les tengo un poco de envidia porque se que al menos tres de ellos lo hicieron durmiendo y rodeados de la gente que los quería.
La mayoría de la gente, y sobre todo los más jóvenes, no se suele plantear nunca la posibilidad de morir. Es como si por pensar que vamos a estar aquí toda la vida, que vamos a ser eternamente jóvenes, ésto se va a convertir en realidad. Y negar lo evidente nos lleva a frustraciones, a sufrir innecesariamente. Tampoco se trata de obsesionarse y vivir la muerte en vida, como hacen algunos. Pero sí de ser conscientes que un segundo estamos aquí y al siguiente tal vez no. Así que, señoras y señores, disfrutemos de lo que tenemos: de la vida, la posibilidad de otro día, el sol, el aire fresco, un cigarro, la música, un amigo, la lluvia, un helado... y dejémonos de monsergas. Siempre se puede estar peor.
Siento haberme puesto un poco dramático y algo tétrico pero a veces hay que recordar, como le apuntaban a los generales victoriosos en la antigua Roma, que somos mortales.