"El ideal de objetividad, el compromiso con la verdad, fue la roca sobre la que se constituyó la profesión histórica desde mediados del siglo XIX. De acuerdo con esos principios, el papel del historiador objetivo nunca debería degenerar en el de abogado o en el de propagandista. Alejado del partidismo y la parcialidad, la principal y primera guía del historiador debería ser un compromiso con la realidad del pasado."
Así empieza una pequeña reseña que el catedrático e historiador Julian Casanova escribió ayer en El País a propósito de toda esta polémica sobre el Diccionario Biográfico Español que ha publicado la Real Academia de la Historia y sus referencias a determinados personajes, principalmente Paquita la culona.
No hace falta señalar que estoy totalmente de acuerdo con esas palabras de Casanova. El papel del historiador no es la propaganda (para eso ya están los biógrafos o hagiógrafos) sino la de intentar reflejar el pasado lo más exactamente posible y transmitir ese conocimiento al presente. El principal problema es que somos personas y ,como tales, totalmente subjetivas ya que cuando redactamos algo, ya sea literatura, una reseña artística, un post en un blog, etc, tenemos una carga intelectual, personal y vital detrás que puede acabar influyendo. Y, a veces, hay que alejarse un poco y con cierta perspectiva ver si eso ha sucedido o no, porque en algunos casos eso no importa (porque ese nuestro objetivo) pero no cuando se trata de analizar un hecho histórico.
En realidad, eso siempre ha ocurrido. Han existido, existen y existirán historiadores de izquierda e historiadores de derechas, que intentan explicar los acontecimientos pasados desde su propia perspectiva. Y, en el fondo, no me parece malo, siempre que se advierta con antelación y el lector sepa cuál es la orientación o el sesgo que el autor pretende darle a su obra. Por ejemplo, si por algún casual un día se me ocurriera leer un libro de Pío Moatendría que cortarme las manos y sacarme los ojos pues ya se lo que me puedo encontrar. La cuestión es que hay hechos que son incuestionables. Un hecho que no se puede discutir: el 18 de julio Paca la culona y otros militares se levantaron con el ejército contra un gobierno elegido democráticamente. Eso en cualquier país se llama golpe de Estado. Podrás discutir y justificar las causas, las consecuencias, las motivaciones y todo lo que quieras pero el hecho en sí es ese, tal cual, así de aséptico y de escueto. El problema es que se intenta justificar lo injustificable, disfrazar los hechos con medias verdades, con nombres y palabras similares pero no tan contudentes; por qué decir dictadura cuando puedes colocar gobierno autoritario.
En fin, lo doloroso de todo esto, al menos para mí como historiador, son dos hechos. Por un lado, que es un trabajo subvencionado con dinero público y demuestra, una vez más, que no existe un seguimiento constante de lo que se hace con nuestros dineros. Por otro lado, que no ha existido una labor de supervisión por parte de la Academia. Se que es complicado leerse todas las entradas del Diccionario, pero esa es su labor y alguien ajeno a la misma debería haberle hecho una visualización previa a la publicación para detectar estos posibles errores.
Así empieza una pequeña reseña que el catedrático e historiador Julian Casanova escribió ayer en El País a propósito de toda esta polémica sobre el Diccionario Biográfico Español que ha publicado la Real Academia de la Historia y sus referencias a determinados personajes, principalmente Paquita la culona.
No hace falta señalar que estoy totalmente de acuerdo con esas palabras de Casanova. El papel del historiador no es la propaganda (para eso ya están los biógrafos o hagiógrafos) sino la de intentar reflejar el pasado lo más exactamente posible y transmitir ese conocimiento al presente. El principal problema es que somos personas y ,como tales, totalmente subjetivas ya que cuando redactamos algo, ya sea literatura, una reseña artística, un post en un blog, etc, tenemos una carga intelectual, personal y vital detrás que puede acabar influyendo. Y, a veces, hay que alejarse un poco y con cierta perspectiva ver si eso ha sucedido o no, porque en algunos casos eso no importa (porque ese nuestro objetivo) pero no cuando se trata de analizar un hecho histórico.
En realidad, eso siempre ha ocurrido. Han existido, existen y existirán historiadores de izquierda e historiadores de derechas, que intentan explicar los acontecimientos pasados desde su propia perspectiva. Y, en el fondo, no me parece malo, siempre que se advierta con antelación y el lector sepa cuál es la orientación o el sesgo que el autor pretende darle a su obra. Por ejemplo, si por algún casual un día se me ocurriera leer un libro de Pío Moa
En fin, lo doloroso de todo esto, al menos para mí como historiador, son dos hechos. Por un lado, que es un trabajo subvencionado con dinero público y demuestra, una vez más, que no existe un seguimiento constante de lo que se hace con nuestros dineros. Por otro lado, que no ha existido una labor de supervisión por parte de la Academia. Se que es complicado leerse todas las entradas del Diccionario, pero esa es su labor y alguien ajeno a la misma debería haberle hecho una visualización previa a la publicación para detectar estos posibles errores.