martes, 3 de septiembre de 2013

Lanzaroteando

Pues nada, ya han pasado las dos semanas de vacaciones programadas y estamos de vuelta en la rutina diaria. Dos semanas que se han pasado en un suspiro, síntoma de lo bien que lo hemos pasado y que se han disfrutado/exprimido/solazado al máximo, quedándonos con el consuelo de que aún me quedan la mitad de los días de vacaciones y algún día suelto que pienso colocar estratégicamente para alguna escapada que ya tenemos medio programada. Venir casi más cansado que cuando me fui también se puede considerar una muestra de lo estupendas que han sido. 

Porque han sido un no parar. Lanzarote es de esas islas de las que no me suelo cansar y si encima vas con alguien que la conoce al dedillo (y eso que hemos ido a algún sitio que J. no conocía personalmente) entonces ya es que la gozas con más gusto. No hemos ido ningún día a la zona de Papagayo, básicamente porque en agosto suele estar bastante concurrido y ya habíamos estado en junio. En cambio nos hemos dedicado a investigar, a meter el coche en pistas de tierra y llegar a aquellas zonas donde el hombre no ha llegado anteriormente. Bueno, o al menos de manera testimonial. 

Uno de los días nos llegamos al suroeste de la isla, una zona de difícil acceso por pistas de tierra, y donde el encuentro de los acantilados y el mar ha dejado un reguero de charcones y pequeñas lagunas al borde mismo del mar. Mientras fuera el agua bate furiosa, uno puede bañarse con tranquilidad en la mayoría de los charcos. Digo la mayoría porque el acceso a algunos requiere tener habilidades de cabra montesa y un equilibrio digno de un funambulista, y entre mi vértigo y mi torpeza habitual pues ya se pueden imaginar los nervios. Eso sí, te libras de las hordas de turistas porque sólo los conocen los locales, y aún así éstos van poco. Repetimos con el hermano de J. buscando un charcón concreto, que tras un pateo en plena canícula, no localizamos aunque descubrimos unos cuantos interesantes para futuras visitas.






Por supuesto, hubo visita obligada a Famara, la playa donde Eolo campa a sus aires. Paraíso de los windsurfistas y amantes del kitesurf, tuve la suerte del principiante. El primer día que nos alcanzamos hasta allí gozamos de un día espectacular: nada de viento y la marea bajando. La siguiente vez ya decidió que habíamos tenido suficiente la semana anterior y volvió a por sus fueros. No obstante, y a pesar del viento, es un placer sobre todo si te alejas de la zona más concurrida por los surferos y te colocas debajo del risco de Famara, donde no hay nadie. Un libro, una sombrilla y una buena compañía, junto con algo de comer y beber, y es perfecto para estar todo el día en paz.




Algún día lo dejamos para alguna que otra visita de esas que denominamos culturales pero reconozco que la cultura en esta ocasión ha quedado muy al margen. Nada de cine, algo de lectura y poco más; para eso están las vacaciones, para descansar y disfrutar de todo junto a tu chico. A ello añádase un par de paseos por Arrecife, pasar por delante de la casa de César Manrique en Haria que han abierto recientemente como museo y algunos paseitos para tomarnos algo con los amigos y volaron las dos semanas.





Por supuesto que hubo más, incluida visita sorpresa a Alegranza (que irá en otra entrada), pero tampoco es plan de detallarlo todo al milímetro. Únicamente contar algunas cosas y que las fotos les animen a venir algún día por aquí, la verdad es que Lanzarote bien merece una visita.


2 comentarios:

Sufur dijo...

¡Qué maravilla de vacaciones y de fotos! Seguro que vuelves renovado y feliz. ¡Ánimo con la reentrada!

starfighter dijo...

La reentrada está siendo un poco dura, que fácil es acostumbrarse a lo bueno. Y gracias por lo de las fotos, no se pueden comparar a las tuyas ni por asomo y viniendo de ti es todo un elogio ;)