jueves, 19 de diciembre de 2013

Life is a bitch

La mayoría de la gente que trabaja en la empresa privada, y con razón muchas veces, se queja de que ellos sufren más la incompetencia de los jefes, que trabajan más que aquellos y que los jefazos son unos cabronazos. Siempre he pensado que un cabronazo lo es tanto en la empresa privada como en la pública y que hay mucha gente que en cuanto tiene una pequeña cuota o parcela de poder se creen dioses. Algo así como la Joan Collins en Tierra de Faraones pero sin nada de glamour hollywoodense.

Mi jefa a lo Joan Collins


He de decir que tengo una jefa de servicio que es un poco zorra, y eso siendo hasta generoso. Es de esas personas que le cambian el humor según se levante, o al menos eso me han dicho, porque hasta la fecha y con la excepción de algún mínimo encuentro apenas la he tratado directamente y en carne mortal. Nada como trabajar en otra isla distinta con cien kilómetros de agua salada de por medio, y si no que se lo digan a mi jefa menor (la que lleva conmigo los asuntos más específicos de nuestra profesión) que la tiene que aguantar diariamente, con mobbing y puenteo incluido. Así que si te toca un jefe malo o pésimo te lo vas a tener que tragar durante una buena temporada, hasta que él o tú salgan hacia otro destino, y eso en determinados puestos es más fácil de conseguir que en otros.

Hace cosa de un mes me llamaron para ver si quería y me apetecía (esto, como siempre, es un eufemismo ya que detrás había un poco de chantaje emocional) ayudar y echar una mano en otra consejería porque la compañera había salido para otros menesteres más políticos. Después de pintarlo todo muy color de rosa, que si sería temporal, que sólo era para determinadas cuestiones muy específicas, que tendría hasta mi pequeña cuota de poder y demás caramelos en la boca accedí a consejo de mi jefa segunda para quedar bien. Para quedar bien y realizar una parte del trabajo nada más. Después de unas semanas en las que apenas supe nada, el lunes me citaron para una reunión ayer y ví con sorpresa que aquella compañera se había reincorporado. Así que acto seguido llamé a mis jefas para comentarles la situación y ambas dijeron que nones, que si se reincorporó que aguante el chaparrón. Mi jefa bipolar dijo exactamente "Zorra..." hasta que se recondujo y comentó "... con perdón, porque ella fue nuestra (póngase aquí un alto cargo) y sabe nuestra situación". Y me sentí como Juan Carlos, lleno de orgullo y satisfacción. La sonrisa que se desplegó en mi cara fue antológica...


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