miércoles, 1 de abril de 2015

Cincuenta años de arena y gusanos

La primera vez que me acerqué al mundo de Dune fue en su adaptación cinematográfica, aquella del año 1984 dirigida por David Lynch. Hubo partes que me gustaron bastante, me fascinó la estética y la dirección artística y la música de Toto pero reconozco que salí del cine más bien desconcertado y despistado. Normal teniendo en cuenta los años que tenía entonces, el libro de donde procedía la película y la persona que se hallaba tras los mandos de la dirección, eso sin contar con todos las circunstancias que rodearon al rodaje y su adaptación, de lo cual me enteraría muchísimos años después. Lo malo es que esa sensación fue generalizada y contribuyó aún más a convertirla en una especie de película maldita que con los años se ha convertido en una película de culto, no tanto por lo buena adaptación que es como por el intento fallido en que se convirtió.


Por eso, cuando pocos años después aún sin entrar en la veintena, un amigo me prestó su edición literaria de Dune que era un auténtico tocho, todo hay que decir, lo cogí con algo de resquemor y desconfianza. Él me advirtió que no había podido leerlo entero, que había sido una odisea y que lo tuvo que dejar a medias. Cuando empecé con el libro, le entendí perfectamente. Dune es una obra farragosa, lenta, con pocos diálogos y mucha narración descriptiva; pero lo que te remata son los pensamientos de los personajes en los que divagan sobre su actuación y las de los demás y, sobre todo, los sueños, los momentos en los que Paul Atreides tiene sus sueños sobre el futuro, sobre el devenir tanto personal como el de todos los implicados en la historia. Sueños que, en apariencia, no tienen conexión o desconoces de qué van pero que, al final, entiendes o casi logras entenderlo. Pude acabarlo pero me costó sangre, sudor y lágrimas porque mira que al Herbert le gustaba enrollarse. Y entonces pude comprender perfectamente el porqué es un libro cuya adaptación cinematográfica fue un fiasco y resulta harto complicado plasmar en la pantalla, ya sea en formato cine como en televisión.

Y, sin embargo, Dune es un clásico de la ciencia ficción. Desde el mismo momento de su publicación triunfó y se llevó los principales premios literarios del género, el Hugo de 1966 y el Nébula de 1965. Gracias no sólo a la trama de Paul Atreides en la que se combinan casas cuasifeudales con tecnología espacial, intrigas palaciegas, espías, asesinatos, tramas paralelas y múltiples implicados e intereses sino por el tratamiento de temas entonces novedosos como el mesianismo (con la misión de Paul), la ecología (y la imbricación de los fremen con el planeta por poner un ejemplo), la eugenesia y mejora genética, la religión, la economía y la política, todo ello tan entrelazado que resulta difícil, en muchas ocasiones, separar unos de otros de lo entrelazados que se encuentran.


En realidad, no voy a hablar más de Dune por dos motivos: uno, porque llevaría muchísimas entradas poder hacerlo y desglosarlo de manera coherente y exhaustiva; y dos, porque no soy ningún experto en la materia. Y eso supone un trabajo laborioso y complicado ya que Frank Herbert, el autor, siguió escribiendo varios libros desarrollando la trama del primer libro; inicialmente, parece que la intención era convertirla en una trilogía (entre los sesenta y setenta publicó El mesías de Dune e Hijos de Dune). Pero Herbert no puso sustraerse al éxito de la saga y escribió tres libros más en la década de los ochenta y no siguió con ella porque falleció en 1986. 

¿Pero qué más da que mueras cuando tienes hijos que quieren seguir tus pasos y aprovechar tus éxitos? Pues nada, a ponerse. Su hijo Brian Herbert junto con el escritor Kevin J. Anderson publicó dos trilogías más, Preludio a Dune y Leyendas de Dune, a finales de los noventa y comienzos de este siglo, amén de dos novelas más realizadas con esbozos de Herbert había dejado y que se supone concluyen la saga original. Por no hablar de las que han seguido publicando desde entonces. Vamos, algo similar a lo de Tolkien y su hijo. Por razones obvias, todo esto es exclusivo para los muy fans de la saga, entre los cuales pues no me encuentro, aunque reconozco que Dune es una obra relevante en el género de la ciencia ficción. Que quieren que les diga, me quedo con el original.

¿Y a que viene todo esto dirán? Pues mira, en primer lugar, porque precisamente este año se cumple el cincuenta aniversario de su publicación y creo que es un momento estupendo para recordarlo y, en segundo lugar, que mejor manera de celebrar la llegada del Mesías con otro Mesías que además se ponía ciego de especia melange.


2 comentarios:

Sufur dijo...

Yo, ya sabes, soy un dunéfilo empedernido, y me lo he leído como cinco veces, y también las secuelas escritas por el propio Frank Herbert. Las "novelas" del hijo, sin embargo, son cumbres de la estupidez literaria que no recomendaría ni a mis enemigos mortales... ;-)

starfighter dijo...

Es que hay hijos que piensan que el don literario se hereda, como el de Tolkien o el de Herbert. Reconozco que mi interés ya de por si escaso se ha convertido en nulo, jejejeje.