viernes, 17 de junio de 2011

Cine, músicos y propaganda

La relación entre el cine y los compositores de música "seria", o mejor dicho, aquellos que componen obras para su escucha en teatros, auditorios y recintos similares, no es nueva ni oculta. Vamos, que es una obviedad. Muchos compositores de bandas sonoras se dedican a hacer sus pinitos con conciertos para distintos instrumentos; por ejemplo, John Williams ha escrito varias obras de música de cámara, sinfónica, etc. Y lo mismo sucede a la inversa; compositores de música orquestal que han aterrizado en el mundo del cine para poner las notas a una película y han permanecido más tiempo, como Michael Nyman o Philip Glass.

Cuando el cine era mudo, la música era un elemento imprescindible para generar una ambientación y ayudar a crear la atmósfera de la película. Era habitual que en los estrenos de películas con cierto presupuesto tocase una orquesta y que se compusiese música ex-profeso para ella; Saint-Säens lo hizo en 1908 para El asesinato del duque de Guisa. Por eso, cuando el cine comenzó a hablar a finales de la década de 1920 la música adquirió mayor protagonismo aunque ya no se tocaba en directo sino que se incluía en la propia película, lo que suponía un trabajo previo y planeado, nada de improvisar sobre la marcha en función del ritmo de la película.

Así que era lógico que, cuando eso ocurrió, las productoras cinematográficas se pusiesen en contacto con aquellos que tenían una experiencia con la música, dando igual que desconociesen por completo el mundillo del cine. Se suele decir que la primera gran banda sonora fue la que compuso Max Steiner para King Kong en 1933, con una música espectacular repleta de misterio, aventuras y donde se explayaba con el sinfonismo, anticipando lo que iba a ocurrir en los años siguientes. Steiner procedía de Europa al igual que Erich Korngold, y ambos ayudaron en colocar los cimientos para la música para el cine.




Pero no fueron los únicos compositores que coquetearon con el cine (en el caso de Max Steiner fue un amor que duró hasta el final) en aquellos tiempos. Sergei Prokofiev también lo hizo. En 1938, cuando ya era bastante conocido, compuso la música para Alexander Nevsky, de Sergei Eisenstein, a partir de la cual crearía una cantata que se prodiga por las salas de concierto. Posteriormente colaboraría con el mismo director escribiendo la música para Ivan el Terrible. Alexander Nevsky es una auténtica apología del nacionalismo ruso, donde se narra la lucha heroica de este príncipe y los pre-rusos de entonces contra los malvados alemanes de la Orden Teutónica y fundamentalmente se centra en la victoria rusa del Lago Peipus. La música de Prokofiev es impresionante, se adapta como un guante a las imágenes y refleja a la pefección quienes son los villanos (los alemanes, claro) y el lado heroico de los rusos a través del uso del leitmotiv.




Para los curiosos, aquí pueden ver parte de la escena original de la batalla, con ligeras variaciones en la música. Se rumorea, se cuenta, se dice (que Hermidiano me ha salido esto) que Stalin estaba visionando esta película cuando los alemanes invadieron Rusia en la Segunda Guerra Mundial; claro que teniendo en cuenta la propaganda soviética del momento lo pondría en tela de juicio.

Larga y próspera vida.

2 comentarios:

Sufur dijo...

¡Qué lujazo, hacer una película y que la música te la haga Prokofiev! Un amigo mío músico siempre dice que la música clásica del siglo XXII serán las bandas sonoras del siglo XX...

starfighter dijo...

Sufur, y cuanta razón tiene tu amigo.