Hubo una época no muy lejana en la que no existía la oferta televisiva que tenemos ahora sino sólo dos canales de televisión, e incluso llegamos a tener solamente uno. Una época en la que cuando llegaba la Semana Santa no se emitían Sálvames, ni DECs, ni Norias ni cosas de similar catadura sino una programación acorde al recogimiento y meditación propia de dicha festividad. Y, para conseguirlo, nada mejor que emitir, entre otras cuestiones, películas ambientadas en los tiempos de Cristo (o de especial ambientación religiosa). Vamos, lo que popularmente se llamaba "una de romanos", aunque con un mensaje evidentemente religioso y/o espiritual.
Quo Vadis. Clásico entre los clásicos que solían emitir un año y al otro también. Basado en la obra homónima de Henryk Sienkiewicz, se convirtió en un clásico porque lo tenía todo para triunfar: amor que vence pese a las adversidades (toma spoiler), supervillano, espectacularidades en forma de machos legionarios desfilando, fieras devorando a inocentes cristianos... Una blanquísima, jovencísima y pelirrojísima Deborah Kerr enamorando a un pavisoso Robert Taylor, como siempre, mientras un magnífico Peter Ustinov en su papel de Nerón incomprendido se dedica a quemar Roma echándole la culpa a los cristianos. Por supuesto, mueren los malos, como tiene que ser. Y todo ello en espectacular Technicolor y música de Miklos Rozsa.
Los diez mandamientos. Un poco menos clásica que la anterior básicamente porque no se ambientaba en la época de Cristo pero aún así con claro tema religioso, esta vez del Antiguo Testamento, lo cual ayuda bastante. Cecil B. de Mille decidió hacer dos versiones de la misma historia pero destaca, sobre todo, la de 1956 en Cinemascope por su espectacularidad. Ya saben que se centraba en la historia de Moisés y cuenta también con historia de amor, en este caso, que acaba mal porque ella es rechazada (y ya se sabe de lo que es capaz una mujer despechada en estas películas), un malo malísimo y encima calvo, muuuuuuuchos extras (que les encantaba rodar con diez mil o quince mil personas a la vez). Y una duración acorde a la grandeza de la historia: interminable.
Ben-Hur. Al igual que la primera se basaba en una novela, en este caso de un general americano, toma ya, y con el subtítulo de "una historia de los tiempos de Cristo". Así que ya se imaginan lo que puede esperarse. Al igual que la antecedente se hicieron dos versiones y ambas son estupendas para esta época de meditación espiritual. En las dos se narra la historia de Judá Ben-Hur que acaba en galeras tras ser condenado por intentar, supuestamente claro, asesinar al nuevo gobernador. Y volverá para vengarse en una magistral carrera de cuádrigas que, junto con la batalla naval, es lo que conseguirá despertarte del sopor de cuatro horas de metraje.
Charlton Heston haciendo de las suyas, es decir, cara de estreñido cuando me enfado y/o sufro y de palo el resto del tiempo. Pero yo me quedo con Messala, ese Stephen Boyd en plan cabronazo y por lo cual pagará por ello, y que estaba para comérselo enterito (aunque está mejor en La caída del Imperio romano pero haciendo de bueno es un poco chof). Por supuesto, todo en espectacular Cinemascope y Technicolor, no te vayas a creer.
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