La Gomera es una isla pequeña, apenas 370 kilómetros cuadrados, una cuarta de ésta en la que vivo. A pesar de ello puedes pasar del nivel del mar a unos 1.300-1.400 metros de altura en apenas veinte kilómetros de carretera. Claro está que eso no lo consigues con una autovía sino a través de carreteras sinuosas con curvas y fuertes pendientes.
El segundo día, el sábado, decidimos dar la vuelta a la isla. Para no pasar por San Sebastián y ahorrarnos algo de carretera, cogimos una ruta que desde el sur atravesaba la isla por el Parque Nacional del Garajonay. Y empezamos a hacer pequeñas paradas en los numerosos miradores que hay repartidos por todos los lados.
Hicimos una parada en Agulo, cabecera del municipio más pequeño de la isla pero que tiene un casco antiguo peatonalizado que permite dar una pequeña vuelta viendo el pueblo con tranquilidad. Y para que vean que este archipiélago es realmente canijo nos encontramos con una excursión que venía del pueblo de T. y del nuestro a pasar el fin de semana y con el que coincidimos tomándonos una cervecita.
Después del descanso seguimos nuestra ruta norteña y llegamos a Vallehermoso pero ahí sí que no paramos. Vimos el pueblo desde un mirador y poco más. La idea nuestra era continuar hasta Alojera, un pequeño pueblo cerca de la costa donde una compañera de curro me había recomendado ir a comer. Después de un desvío y bajar, bajar, bajar y bajar, pensamos que nos habíamos perdido o que algo marchaba mal, pero después de una curva vimos el barrio allá abajo en la costa. Mereció la pena porque comimos de lujo; unas lapas fritas con mojito y pescado fresco que estaba para chuparse los dedos. Eso sí, un calor impresionante. Debía haber un microclima o yo que sé porque cuando nos íbamos el coche marcaba 39º y hasta que no llegamos a la carretera general no llegó a los 30º.
Después de comer, y como siempre, T. se echó la siesta en el coche mientras yo iba conduciendo tranquilamente camino de Valle Gran Rey. Volvimos a pasar por un extremo del Parque Nacional pero ya estábamos en la zona oeste de la isla y se notaba cada vez más la aridez del terreno. Y, como es habitual, sacando fotos al borde de la carretera.
En realidad, íbamos a Valle Gran Rey a pasar la tarde en la playa. Pero es que se merece la recompensa porque bajar hasta la costa es todo un ejercicio de conducción con curvas. Nunca me he acordado tanto de Bette Davis y su frase de "agarrense los cinturones que vienen curvas".
Y después de un par de horas de playa, terracita para refrescar el gaznate con una clarita y vuelta al hotel, molidos después de un día de coche. En realidad, apenas fueron unos 150 kilómetros de recorrido pero como si hubiésemos hecho 1.500.
El segundo día, el sábado, decidimos dar la vuelta a la isla. Para no pasar por San Sebastián y ahorrarnos algo de carretera, cogimos una ruta que desde el sur atravesaba la isla por el Parque Nacional del Garajonay. Y empezamos a hacer pequeñas paradas en los numerosos miradores que hay repartidos por todos los lados.
Hicimos una parada en Agulo, cabecera del municipio más pequeño de la isla pero que tiene un casco antiguo peatonalizado que permite dar una pequeña vuelta viendo el pueblo con tranquilidad. Y para que vean que este archipiélago es realmente canijo nos encontramos con una excursión que venía del pueblo de T. y del nuestro a pasar el fin de semana y con el que coincidimos tomándonos una cervecita.
Después del descanso seguimos nuestra ruta norteña y llegamos a Vallehermoso pero ahí sí que no paramos. Vimos el pueblo desde un mirador y poco más. La idea nuestra era continuar hasta Alojera, un pequeño pueblo cerca de la costa donde una compañera de curro me había recomendado ir a comer. Después de un desvío y bajar, bajar, bajar y bajar, pensamos que nos habíamos perdido o que algo marchaba mal, pero después de una curva vimos el barrio allá abajo en la costa. Mereció la pena porque comimos de lujo; unas lapas fritas con mojito y pescado fresco que estaba para chuparse los dedos. Eso sí, un calor impresionante. Debía haber un microclima o yo que sé porque cuando nos íbamos el coche marcaba 39º y hasta que no llegamos a la carretera general no llegó a los 30º.
Después de comer, y como siempre, T. se echó la siesta en el coche mientras yo iba conduciendo tranquilamente camino de Valle Gran Rey. Volvimos a pasar por un extremo del Parque Nacional pero ya estábamos en la zona oeste de la isla y se notaba cada vez más la aridez del terreno. Y, como es habitual, sacando fotos al borde de la carretera.
En realidad, íbamos a Valle Gran Rey a pasar la tarde en la playa. Pero es que se merece la recompensa porque bajar hasta la costa es todo un ejercicio de conducción con curvas. Nunca me he acordado tanto de Bette Davis y su frase de "agarrense los cinturones que vienen curvas".
Y después de un par de horas de playa, terracita para refrescar el gaznate con una clarita y vuelta al hotel, molidos después de un día de coche. En realidad, apenas fueron unos 150 kilómetros de recorrido pero como si hubiésemos hecho 1.500.
2 comentarios:
unas lapas fritas con mojito???
La primera vez que lo oigo!! Cómo es ese plato? que son las lapas? (porque no serán las cosas esas que se te enganchan, no??)
Pues menos mal que condujiste con cuidado, que a mi ese tipo de carreteras me dan un miedo...Son superpeligrosas!!
Puse una foto en el FB de las lapas (que buenas estaban) así que míralas por allí. Y las carreteras están bastante bien, salvo contadas excepciones de carreteras muy locales, y uno que ya está acostumbrado a las curvas, pues eso, que sin problema XDDD
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