miércoles, 30 de noviembre de 2011

Vidas paralelas

Siempre pensó que con el tiempo las aguas, por utilizar una metáfora conocida, se calmarían. Que las heridas se irían cerrando aunque para ello tuviese que ir al hospital a que las cosiese un profesional. Pero no. Ya se encargaba el maldito subconsciente de que eso no sucediese. Y Freud seguro que disfrutando allá donde estuviese.

Despertarse ya era una aventura. Bueno, más que despertarse levantarse y que el cuerpo fuese adquiriendo la rutina diaria que tanto le gustaba. Días en que le hubiese gustado machacar al despertador por más que luego lo retrasase para seguir en la cama un rato; sin dormir realmente, claro. La otra parte del día que más le costaba era la tarde-noche, sobre todo en esta época del año en la que anochece a las seis y pico y a las diez tienes la sensación de estar ya de vuelta de un after. Tardes tranquilas, demasiado tal vez, y noches solitarias. Por eso nunca le gustó el otoño, prefiriendo el invierno porque con él uno sabe a qué atenerse desde que se acaba el verano: frío, noches largas y vida casera.

Si no supiese que era imposible, habría creído que un grupo del Imserso habría tomado su cabeza, o peor aún su cuerpo, como residencia invernal en lugar de quedarse en Roquetas de Mar y se estaban dedicando a bailar la yenka a todo trapo sin parar. Porque así así es como exactamente se sentía...


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