Lugar: Lejano Oriente. Época indeterminada.
Un palacio con una princesa, pero no una de esas candorosas y románticas, no, sino una de esas en plan mantis religiosa que se va cargando a los pretendientes porque no resuelven los tres acertijos que les plantea si quieren casarse con ella. Un príncipe, de esos que culo ven y culo quiere, la ve en plena ceremonia de ejecución del último pretendiente y se enamora ipso facto (ya ven que romántico, amor y sangre), por lo que, a pesar de los intentos del resto del personal, le da al gong señalando que quiere presentarse al reto.
Mientras la princesa se prepara para recibir a este pretendiente, los criados de aquella sueñan con un país más tranquilo y que el príncipe traiga la paz. La princesa presenta los tres acertijos y, ¡oh, albricias!, el príncipe consigue acertar las soluciones. A ella esto le sienta muy mal, pero fatal fatal y se resiste aunque todo bicho viviente, incluso su papuchi, le recuerda que había hecho un juramento y que debe cumplirlo. Pero el príncipe que es un poco retorcido le ofrece una alternativa: si averigua su nombre antes de que amanezca será él quien muera. Y así se pasan toda la noche, los criados y el pueblo intentando averiguar el nombre del susodicho. Una esclava que pasaba por allí y estaba enamorada del príncipe se suicida para evitar que pueda delatarlo. Al final, en una arrebatadora escena de pasión, él le dice su nombre y ella cae rendida a sus pies de amor. Como en la vida misma, ehem.
Pues este es el argumento de Turandot, la última ópera de Puccini. Inacabada porque un cáncer de garganta le impidió finalizar el último acto, que tuvo que ser acabado por otro compositor siguiendo los esbozos y notas que dejó.
Ópera de total ambientación oriental, es una de esas que en las manos adecuadas puede ser llevada hasta las últimas consecuencias de la megalomanía musical, con escenografías recargadas, decorados hiperbarrocos, vestuarios imposibles. Claro que esto no tiene por que ser negativo pero generalmente es como un caramelo o un bombón, donde el envoltorio es más bonito que la golosina en sí. Y eso que cuenta con escenas de carácter más intimista que contrastan con los mogollones corales que se forman en determinados momentos.
Es una ópera de lucimiento total para todos los participantes. Un protagonista con una de las arias más famosas y conocidas de todo el repertorio, una soprano con páginas muy complicadas de cantar, unos secundarios que tienen arias impresionantes y una participación muy activa del coro, que aparece en todos los actos y surge como un fondo constante. Vamos, que hay para todos. Probablemente por eso sea de las más difíciles para que salga completamente redonda.
De todas maneras, algunos personajes me parecen penosos en cuanto a actitud. La esclava, Liú, se suicida por amor (bueno, y encima se enamora del protagonista porque un día le sonrió, toma castaña) cuando el príncipe no le hace ni caso porque se ha chiflado por una princesa psychokiller. La psychokiller, por su parte, sólo piensa en cargarse al mayor número de príncipes tontos y alocados y librar al mundo de hombres. Y, mientras, el príncipe sólo tiene ojitos para esta loca, pasando de la esclava enamorada, de su padre (al que ha encontrado entre la multitud) y de todo dios. Vamos, un encanto de hombre, justo lo que se merece la princesa de hielo.
Ahora, una poca de escucha.
Un palacio con una princesa, pero no una de esas candorosas y románticas, no, sino una de esas en plan mantis religiosa que se va cargando a los pretendientes porque no resuelven los tres acertijos que les plantea si quieren casarse con ella. Un príncipe, de esos que culo ven y culo quiere, la ve en plena ceremonia de ejecución del último pretendiente y se enamora ipso facto (ya ven que romántico, amor y sangre), por lo que, a pesar de los intentos del resto del personal, le da al gong señalando que quiere presentarse al reto.
Mientras la princesa se prepara para recibir a este pretendiente, los criados de aquella sueñan con un país más tranquilo y que el príncipe traiga la paz. La princesa presenta los tres acertijos y, ¡oh, albricias!, el príncipe consigue acertar las soluciones. A ella esto le sienta muy mal, pero fatal fatal y se resiste aunque todo bicho viviente, incluso su papuchi, le recuerda que había hecho un juramento y que debe cumplirlo. Pero el príncipe que es un poco retorcido le ofrece una alternativa: si averigua su nombre antes de que amanezca será él quien muera. Y así se pasan toda la noche, los criados y el pueblo intentando averiguar el nombre del susodicho. Una esclava que pasaba por allí y estaba enamorada del príncipe se suicida para evitar que pueda delatarlo. Al final, en una arrebatadora escena de pasión, él le dice su nombre y ella cae rendida a sus pies de amor. Como en la vida misma, ehem.
Pues este es el argumento de Turandot, la última ópera de Puccini. Inacabada porque un cáncer de garganta le impidió finalizar el último acto, que tuvo que ser acabado por otro compositor siguiendo los esbozos y notas que dejó.
Ópera de total ambientación oriental, es una de esas que en las manos adecuadas puede ser llevada hasta las últimas consecuencias de la megalomanía musical, con escenografías recargadas, decorados hiperbarrocos, vestuarios imposibles. Claro que esto no tiene por que ser negativo pero generalmente es como un caramelo o un bombón, donde el envoltorio es más bonito que la golosina en sí. Y eso que cuenta con escenas de carácter más intimista que contrastan con los mogollones corales que se forman en determinados momentos.
Es una ópera de lucimiento total para todos los participantes. Un protagonista con una de las arias más famosas y conocidas de todo el repertorio, una soprano con páginas muy complicadas de cantar, unos secundarios que tienen arias impresionantes y una participación muy activa del coro, que aparece en todos los actos y surge como un fondo constante. Vamos, que hay para todos. Probablemente por eso sea de las más difíciles para que salga completamente redonda.
De todas maneras, algunos personajes me parecen penosos en cuanto a actitud. La esclava, Liú, se suicida por amor (bueno, y encima se enamora del protagonista porque un día le sonrió, toma castaña) cuando el príncipe no le hace ni caso porque se ha chiflado por una princesa psychokiller. La psychokiller, por su parte, sólo piensa en cargarse al mayor número de príncipes tontos y alocados y librar al mundo de hombres. Y, mientras, el príncipe sólo tiene ojitos para esta loca, pasando de la esclava enamorada, de su padre (al que ha encontrado entre la multitud) y de todo dios. Vamos, un encanto de hombre, justo lo que se merece la princesa de hielo.
Ahora, una poca de escucha.
El final del primer acto.
El comienzo del segundo acto.
Turandot en plan Reina del Carnaval
8 comentarios:
Ya me he pegado la llantina de la mañana con el Nessun dorma, que bonita....
Casta, nadie como Puccini para hacer saltar la sensibilidad ;)
Uf, el "Signor, ascolta" ben cantado bien merece un par de lágrimas bien derramadas.
Como tantos otros momentos de la obra.
¿La has visto hace poco?
Eleuterio, y el aria de la muerte de Liu también merece unas lágrimas. La vi hace ya unos años, cinco o seis, y me gustó y tengo en casa una de tantas versiones.
Y ahora viene cuando yo cito la versión en cómic que hizo Nazario, y quedo como un inculto y un insensible, no?
Sota, te aseguro que el inculto soy yo por no conocerlo. Aunque mi disco duro está intentando recordar algo sobre eso, porque me suena vagamente.
Es... megalómana.
Entonces le va como anillo al dedo, pocas óperas tan dadas al exceso como ésta.
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