Estos días atrás he tenido el blog tranquilo porque he estado ocupado en otros menesteres. En concreto, ejerciendo las labores maritales de animación espiritual, terapeuta emocional y asesino mental (y no precisamente en ese orden) porque a T. le quedan los días contados en su trabajo. Pero contados con los dedos de una mano.
La culpa la tienen las oposiciones, aunque no las suyas exactamente. Ya me pasé buena parte del verano intentando animarle porque justo antes de irnos de vacaciones salieron las notas de su examen práctico; y aunque tuvo una nota alta no le pusieron la que esperaba y le adelantaron dos competidores, por los pelos pero por delante. Cómo necesitaba sacar más nota que ellos pues ya tenía claro que no iba a sacarlas. Y llevaba un mes de autoaceptación de la situación, asumiendo que no llegaría a partir el turrón en el trabajo.
Lo que no se esperaba es que fuese tan temprano. La culpa la tiene la promoción interna. Sabía que su plaza estaba en el mercado pero dado que tiene unas características especiales (se trabaja en la mayor parte del tiempo a disposición del servicio) pensaba que nadie se interesaría en ella. Pues no. El viernes llamó al curro una de las dos que aprobaron la promoción interna para saber cómo era la plaza y demás detalles, con lo que le vimos las orejas al lobo y empezó a preocuparse. Al llegar del trabajo a casa el lunes, le vi con una cara de desánimo y me comentó que su jefe le había llamado hacía un rato para decirle que habían pedido su plaza. Ayer fue al servicio de personal para preguntar e informarse y sobre la marcha le dieron la carta de la baja para el lunes, así que se pidió los días que le quedaban de asuntos propios y ya no tendrá que aparecer por su trabajo.
Cuando salí del curro me lo llevé a comer a las Canteras para animarlo un poco, y menos mal que se lo tomó mejor que en agosto. Será que ya lo tenía asimilado. Lo que me molesta de todo es que, cuando a última hora de la mañana pasó por su trabajo a comentárselo a su jefe, éste le dijo que a ver cómo iba a ser la nueva cocinera, que si esto, que si lo otro. "Que se joda", le dije a T. "podría haber hecho algo para que te quedaras y si ha pasado esto es porque no ha querido hacer nada, ahora que no me venga a llorar, lo que faltaba". El lado positivo es que ya estamos pensando en el domingo, que tenemos encuentro familiar, y dentro de un par de semanas que me lo llevo al sur un par de días. Pero aún así el regusto amargo sigue ahí. En fin, para lo bueno y lo malo.
La culpa la tienen las oposiciones, aunque no las suyas exactamente. Ya me pasé buena parte del verano intentando animarle porque justo antes de irnos de vacaciones salieron las notas de su examen práctico; y aunque tuvo una nota alta no le pusieron la que esperaba y le adelantaron dos competidores, por los pelos pero por delante. Cómo necesitaba sacar más nota que ellos pues ya tenía claro que no iba a sacarlas. Y llevaba un mes de autoaceptación de la situación, asumiendo que no llegaría a partir el turrón en el trabajo.
Lo que no se esperaba es que fuese tan temprano. La culpa la tiene la promoción interna. Sabía que su plaza estaba en el mercado pero dado que tiene unas características especiales (se trabaja en la mayor parte del tiempo a disposición del servicio) pensaba que nadie se interesaría en ella. Pues no. El viernes llamó al curro una de las dos que aprobaron la promoción interna para saber cómo era la plaza y demás detalles, con lo que le vimos las orejas al lobo y empezó a preocuparse. Al llegar del trabajo a casa el lunes, le vi con una cara de desánimo y me comentó que su jefe le había llamado hacía un rato para decirle que habían pedido su plaza. Ayer fue al servicio de personal para preguntar e informarse y sobre la marcha le dieron la carta de la baja para el lunes, así que se pidió los días que le quedaban de asuntos propios y ya no tendrá que aparecer por su trabajo.
Cuando salí del curro me lo llevé a comer a las Canteras para animarlo un poco, y menos mal que se lo tomó mejor que en agosto. Será que ya lo tenía asimilado. Lo que me molesta de todo es que, cuando a última hora de la mañana pasó por su trabajo a comentárselo a su jefe, éste le dijo que a ver cómo iba a ser la nueva cocinera, que si esto, que si lo otro. "Que se joda", le dije a T. "podría haber hecho algo para que te quedaras y si ha pasado esto es porque no ha querido hacer nada, ahora que no me venga a llorar, lo que faltaba". El lado positivo es que ya estamos pensando en el domingo, que tenemos encuentro familiar, y dentro de un par de semanas que me lo llevo al sur un par de días. Pero aún así el regusto amargo sigue ahí. En fin, para lo bueno y lo malo.
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